Lo primero que hago cada mañana al levantarme es poner la radio. Y hoy, la primera noticia que he oído ha sido la muerte de Steve Jobs. Y debo reconocerlo: me ha puesto triste.
Lo siguiente que he hecho ha sido mirar la web de Apple en mi recientemente adquirido iPad, que dejé ayer por la noche en la mesilla, al lado de la cama. Allí estaba la foto de Steve en la home de la compañía.
Vale, no es mi familia. Ni mi amigo. Y es cierto: todos los días mueren miles de personas en el mundo. Y algunas de ellas, además, resulta que han dedicado su vida a ayudar a los demás de un modo altruista, viviendo y muriendo de un modo anónimo, sin reconocimiento. En ese sentido, este personaje no ha sido un “santo”. Que se sepa, y a diferencia de otros millonarios como Bill Gates, Steve Jobs no era especialmente dado a las acciones benéficas…
Pero realmente pienso que éste ha sido un hombre especial. Un gran hombre. Alguién que ha ayudado, entre otras muchas cosas, a que mi trabajo desde hace 24 años pueda ser realizado de un modo completamente satisfactorio. Y por tanto, siento su muerte.
Empecé a usar un Macintosh alrededor de 1987. El primero que recuerdo: uno de aquellos viejos “cabezones” de pantallita pequeña, en blanco y negro, en los sótanos de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Barcelona. Pasabamos allí, porque en la Escuela de Bellas Artes —donde yo estaba— ni soñábamos con tener ordenadores, ni Mac, ni de ninguna otra clase. Y utilicé aquellas máquinas para maquetar mis trabajos con algún viejo procesador de textos que ya no recuerdo.
Luego, a finales de 1989, trajeron un Macintosh II —un “pepino” en aquella época— al estudio de diseño gráfico donde trabajaba por las tardes. Con él aprendí a manejar mi primer programa gráfico: Illustrator 88. Dejé los Rotrings y estuve durante más de un año haciendo dibujos técnicos con ese equipo.
En septiembre de 1991 tuve que volver a Zaragoza para hacer la mili. Y a los pocos meses entré a trabajar en otro estudio, donde acudía cada tarde al salir del cuartel. Allí tenían un montón de equipos, todos Macs, y con ellos aprendí a usar Photoshop y QuarkXPress.
A finales de 1993 me compré mi primer ordenador: un Quadra 650, que todavía guardo en mi trastero. Y en 1996 dejé la empresa para empezar a trabajar de diseñador gráfico, como autónomo, en mi casa. Aquel viejo Quadra no me falló nunca. Y permitió que me pudiera ganar la vida con él durante varios años.
Más tarde empecé a hacer mis primeros pinitos con el 3D y el Quadra se me quedaba corto, así que llegó un PowerMac 9600 con un super-pantallón de 19 pulgadas. Con aquella máquina hice varias animaciones en tamaño PAL, a unas velocidades que aún hoy me siguen pareciendo buenas: siempre alrededor de los 5 ó 6 minutos por frame.
En el 2000, justo en el mismo día que me habían firmado un presupuesto para hacer una animación sobre la Plataforma Logística de Zaragoza, encargué un G4, que quedó completamente amortizado con ese primer trabajo.
Conservo todos estos equipos embalados en sus cajas de cartón originales. Y todos ellos pueden encenderse y funcionar sin problemas. Bueno, como mucho quizá tendría que cambiar la pequeña pila que llevan para ayudar al arranque…
Detrás de mí tengo un G5 del año 2005 que estuvo funcionando hasta hace poco más de un año. Y es el primer equipo que me falló al final de su vida, porque algo se “rompió” en su fuente de alimentación, haciendo que ya no se pueda arrancar. Me fastidia bastante. Pero aun así, no puedo tirarlo al contenedor.
Hoy estoy trabajando con un iMac de 27 pulgadas. Se supone que no es un ordenador “PRO”. Pero la verdad es que estoy contentísimo con él: funciona como la seda. Y si no tienes una luz brillante detrás de ti, su pantallón se ve de maravilla.
Así que llevo más de media vida trabajando diariamente con un cacharrito que lleva una manzana impresa en su superficie. Y excepto por el fallo del G5 al final de sus días (que estuvo 5 años sin fallar jamás) nunca he tenido un problema con estas máquinas. Siempre he podido hacer mi trabajo. Y siempre lo he hecho manejando un sistema operativo intuitivo y “amable”.
Por todo ello, y por muchas cosas más: gracias Steve.